A simple vista era un simple espejo.
Apareció de la nada en medio del parque y cambió la vida de muchos,
para mejor, para peor y en algunos casos para terminarla. Dicen que
el primero que lo vió se acercó y al ver que no había nadie se lo
quiso llevar, pero quedó petrificado delante del miedo. Por lo que
parece el espejo te mostraba tal cual eras. Me explico, cuando te
parabas delante de él te mostraba tu verdadero ser. No eras un
paquete de ropas, lindos peinados y gestos, mostraba tu alma, tu
esencia, tu verdadera personalidad. Así este pibe, el primero que lo
vió y terminó sentado en el bar contando a todos lo que había
visto y pidiendo que nadie se acerque, se vió a él mismo, al más
malo del barrio, llorando en un rincón, pidiendo un abrazo de sus
padres, llorando por amores perdidos y suplicando perdón por tantas
oportunidades desperdiciadas a todos. Lamentablemente muchos creyeron
que era un delirio causado por el alcohol y andá a saber que otras
cosas y culparon a esa mezcla y a su histeria de su final bajo las
ruedas de un camión. Una de las mujeres puritanas vió su verdadero
ser bajo un joven musculoso, fué lo último que se supo de ella y de
uno de los ayudantes del fletero del barrio. El más sensible y
caballero de la zona se vió a sí mismo desencajado tratando de
salir del espejo y de si mismo, gritándoles barbaridades a las
jovencitas y mandándolos a todos al carajo mientras se arrancaba la
ropa y se despeinaba su engominado jopo.
Muchos al ver su verdadero ser
abandonaron el barrio por vergüenza, porque fueron en busca de lo
que el espejo les mostraba o se mataron porque no soportaron la
realidad. Solo uno logró vencerlo. Cuando lo fuí a ver al bar ya
era un viejo y lo veneraban como si fuese un prócer. Le pedí
permiso para sentarme y me contó tal cual fueron las cosas.
- -Fué simple curiosidad jovencito - me dijo mientras hacía señas de que me sirvan algo- Ví que todos tenían algo escondido dentro de sí mismo y escapaban de eso o iban en busca de eso. Yo no, me quedé mirándolo y me ví solo, sentado en una esquina de una habitación, a veces chico, a veces adolescente y a veces como un muchacho de ventipico como era.. pero siempre solo y llorando. Al principio venía al bar y me sentaba a verlo de lejos para ver lo que encontraba en esa imagen, me tomaba una cerveza y volvía y ahí estaba de nuevo, llorando con los brazos cruzados en el pecho como abrazándose a sí mismo, a mi mismo, o como sea. Pero siempre la misma posición. Pasaba horas mirándolo, esperando que me diga algo o haga algún gesto, pero nada, ahí estaba yo de un lado del espejo llorando desconsoladamente y del otro mirándolo y pensando como podía ayudarlo, Me dolía verlo así o verme así, como sea, nunca supe como decirlo. Un día ví algo que no me había llamado nunca la atención, un pedacito de madera que asomaba entre sus brazos cruzados en el pecho y reconocí un marco de una foto, me levanté, corrí hasta mi casa y busqué entre las fotos de la cómoda, y era una foto de mi vieja a la que tanto hice renegar pensando que sería eterna y se fué, sabiendo que siempre iba a ser un sinvergüenza. Me pegué una ducha, me puse las mejores ropas, compré unas flores y la fuí a ver, me senté delante de su lápida y le pedí perdón por no cuidar lo que más quería ella en la tierra que era yo, le dejé las flores y me fuí. Cuando volví al bar me pedí una gaseosa y me cargaron un rato estos salames pero ya se acostumbraron con el tiempo, me fuí a sentar delante del espejo y cuando me senté en el piso mi reflejo no estaba atrás llorando, estaba sentado delante mío. Levantó la vista, me sonrió y me dijo “Gracias Tanito”, se levantó y se fué. Me quedé un rato esperándolo o esperándome y nada, me vine al bar y cuando me senté en la barra miré por la ventana y el espejo no estaba más... Así de simple.
Me despedí de él pero antes le
pregunté si podía publicar lo que había pasado en ese pueblo con
toda esa gente y como él había vencido al espejo y me dijo:
“contalo como un cuento, si decís que es en serio no te va a creer
nadie”.
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