La vida amorosa no era su fuerte, el
decía que en vez de hacer el amor lo deshacía. Quizás su andar
nostálgico y melancólico hacía que las mujeres se enamoren de él,
con esa cosa de madres que tienen muchas que ven a un tipo así y les
dan ganas de arroparlo, protegerlo y cambiarle la vida. Ese amor
duraba lo que tardaban en enterarse que él no estaba triste, él era
triste. Podían sacarle una sonrisa cada tanto, una rosa roja de
regalo o mejorar su forma de andar tan desganada, pero de eso no
pasaban y al sentirse inútiles lo dejaban pensando que ellas no
servían. Lo que no sabían ellas ni nadie es que él tenía un mundo
interior, escribía y mucho, poesías, cuentos, relatos, lo que sea.
No podía dejar de escribir, era un artista de la desesperanza.
Un día un amigo se puso a revisar sus
cuadernos y le pidió permiso para mostrarlo en la Editorial donde
trabajaba. “Sos oro en tinta” le dijo. Le contó mas o menos lo
que sería un contrato standard para la distribución, porcentajes,
reediciones, adelantos para próximos libros, permisos para ediciones
de bolsillo, etc mientras él le decía que se lleve lo que quiera
mientras abría las puertas de un placard y le mostraba que había
mucho más de lo que se pensaba.
Sus libros fueron un éxito inmediato,
lo único que hizo con unos escritos fué cambiarle el nombre a los
protagonistas que eran él y una de las tantas ex y se convirtió en
su primer trilogía Best Seller “La Rosa Roja”. Se vendía en
cantidades increíbles en todas las versiones: tapa dura, blanda,
coleccionable, digital para Ipad, Ebook, lo que saliera era venta
asegurada. Su primer libro de poesías tuvo tanto éxito que muchas
de los poemas fueron convertidos en hermosas baladas que hablaban de
amores perdidos, no correspondidos y de noches de alcohol tratando de
olvidarlos. De repente se vió en tapas de revistas, le hacían
entrevistas radiales y las mujeres morían por él.
En una de las tantas firmas de libros
que realizaba conoció a una hermosa mujer con la que estuvo horas
hablando y sonriendo como nunca. Ella se quedó a su lado mientras
agradecía a una por una por comprar su libro y les ponía una
dedicatoria mientras recibía cientos de rosas rojas de regalo. Desde
ese momento nunca se separaron, la rutina se volvió un paseo, ella
le ordenaba las entrevistas, las presentaciones y aparecían los dos
en las fotos sonrientes y enamorados. Solo tenía un problema, no
podía escribir. Sus siguientes libros fueron un fracaso y ni
siquiera podía escribir una poesía que no pareciera inspirada en
una frase de un sobrecito de azucar, se pasaba noches deambulando por
el pequeño altillo donde creaba, destrozando hojas y arrojándolas a
las esquinas. Durante el día dormía o estaba malhumorado por la
falta de horas de sueño y de inspiración. Una tarde encontró una
nota que decía “Yo no soy tu verdadero amor, tu pasión está
arriba, en el altillo. Te voy a amar siempre, besos.”
El llanto duró lo que tardó en subir
al altillo, poner una nueva hoja en la máquina de escribir y
comenzar a tipear. De ahí en más todo fué cuesta arriba, su último
libro fué llevado a la pantalla grande y con uno de ellos se realizó
una novela en el horario Prime Time en la cual él era a partir de
ahora guionista. Todas las noches que dormía en su casa ( a veces
salía por ahí a tener alguna aventura con admiradoras a las que no
les preguntaba el nombre siquiera) preparaba una hermosa cena, ponía
velas, subía al altillo y dejaba una copa de vino junto a su máquina
de escribir y cada tanto le dejaba una rosa roja.
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